México, cuna de la impunidad

Impunidad, del latín impunitas, dícese de la falta de castigo. Este termino pareciese se reafirma constantemente en México. Por ejemplo, en 1910 se da la primera gran lucha social que tenía como finalidad derrocar al entonces presidente Porfirio Díaz. Pese al movimiento Revolucionario de hace 100 años el despotismo se mantuvo pues los vencedores y el puñado de ideales que los mantenían le quedaron mucho a deber al país, pues aquellos que tomaron el poder, corrompidos, siguieron atinando una y otra vez en los errores del pasado. Flores Magón en su cuento ¡Viva tierra y libertad!, nos lo dice mas contundente: “—¡La Revolución se ha hecho para los “vivos”, para los que quieren ser gobernantes, para los que quieren vivir del trabajo ajeno!”. Díaz y los revolucionarios pasaron a la historia, y ahí van los primeros abusivos.

En el país del sol azteca la impunidad es factor común. Ha quedado sin un castigo casos como el asesinato de Luis Donaldo Colosio, acontecido en la colonia popular Lomas Taurinas en la ciudad de Tijuana el 23 de marzo de 1994. También el asunto Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, acusado de pederastia en múltiples ocasiones desde 1956. Sin reprobación, y lo escribo cuando arden los adentros de mi puño, no ha tenido ninguna condena la masacre estudiantil acaecida el 2 de octubre del 68 en Tlatelolco.

El 4 de agosto la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos, adherente al movimiento de 1968, presento un pliego petitorio que sintetizaba las exigencias de los estudiantes. Se resume en seis puntos; Libertad a los presos políticos, derogación de los artículos 145 y 145 bis del Código Penal Federal (instituían el delito de disolución social y sirvieron de instrumento jurídico para la agresión sufrida por los estudiantes), desaparición del cuerpo de granaderos, destitución de los jefes policíacos, indemnización a los familiares de todos los muertos y heridos desde el inicio del conflicto y deslindamiento de responsabilidades de los funcionarios culpables de los hechos sangrientos.

El gobierno de Díaz Ordaz, o más bien del entonces secretario de gobernación Luis Echeverria, pudo satisfacer las necesidades estudiantiles. Pero con gorilas al mando ¿Qué otra cosa podremos esperar que no sea fuerza bruta? Los de arriba pensaron que el yugo sosegador del pueblo iba escapándose al control de sus manos. Las peticiones de CNH (Consejo Nacional de Huelga) están para un par de semanas, pero la gente se nos echará encima una y otra vez cuando algún problema les aqueje. Limítalos, mándales al ejército.

El militarismo siempre ha sido una forma de legitimar a quienes están en el poder. Actualmente tenemos un ejemplo claro con lo que acontece con el líder del partido blanquiazul, Felipe Calderón, quien ya llegado a la silla presidencial, después de haber sido acusado de fraude en las urnas del 2008, ha utilizado las fuerzas armadas para certificar su presidencia llevando a cabo una guerra frontal “contra el narco”, que se traduce en la materialización del terror hacia el proletariado. Expliquemos esto, en el pueblo se infunde a través de la narcoguerra el sentimiento de tenerse limitado o sumiso ante la posibilidad de inflingir de forma alguna la ley y verse castigado severamente con una fuerza aún mayor, o bien, los individuos sienten cierta dependencia de las instituciones pertenecientes a las fuerzas armadas ya que les hace creer que están salvaguardados de posibles peligros.

La impunidad es la facilidad de delinquir tranquilamente. No se preocupe, que a usted no le harán nada, es el presidente… Llévese todo lo que quiera, al cabo cuando venga la crisis usted ya estará en Suiza leyendo su diario… No importa que las toallas cuesten tres mil pesos, es un lujo que nos paga la gente.

Impunes quedaran todos aquellos delincuentes que no sean acusados por una voz libertaria. Impunes aquellos que no sean agobiados por el peso de la conciencia. Impunes aquellos que merezcan un castigo por hacer nulo caso a las injusticias cometidas en contra del otro, en contra de nosotros mismos, por negar sencillamente la comunión humana.

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